(Por Javier E. Varani) Hacia fines del año 2021 se publicó un libro que, por su originalidad, vale la pena destacar. Se trata de “Construcción de una funcionaria. En tiempos del Japonés”, escrito por la Lic. María Teresa Spak. En sus páginas, Spak relata su paso y su experiencia como funcionaria en las diferentes áreas culturales de nuestra ciudad en las que le tocó desempeñarse, prácticamente las principales en aquél entonces: la Torre Ader, el Centro Cultural Munro, la quinta Trabucco, la Dirección de Preservación del Patrimonio Cultural y Natural…

Más allá de su contenido, escrito en primera persona y sostenido por referencias periodísticas, lo destacable es el género, muy poco usual en nuestro país y prácticamente inexistente en nuestra ciudad: las memorias de aquéllos que, habiendo ejercido cargos públicos, se abocan a la tarea de contar lo realizado y, de algún modo, rendir cuentas. Estos testimonios (despejada la subjetividad de sus autores), son un material de altísimo valor para conocer nuestra realidad y nuestra historia. ¡Bienvenidas entonces estas páginas de la Licenciada Spak!

Promediando su lectura, me encontré con un dato que había olvidado. “Recuerdo y desilusión”, podría llamarse esta parte de mi nota. Veamos:

El 22 de diciembre de 1996, en una tarde-noche cálida y agradable del verano recién comenzado, se inaugura la Quinta Trabucco, uno de los centros culturales más relevantes de Vicente López; y, especialmente, uno de los legados más valiosos de nuestra ciudad (junto con la Torre Ader y la quinta presidencial de Olivos). Como sabemos, la familia Trabucco, pionera de Florida, donó el inmueble a la Municipalidad de Vicente López para uso público. Alberto José Trabucco, último habitante de la Quinta, fue uno de los pintores argentinos más destacados de su tiempo, apreciado por sus pares, distinguido con grandes Premios Nacionales y aplaudido por la crítica especializada (nada menos que José León Pagano y Julio Payró lo incluyeron en sus libros canónicos). Trabucco fue un artista muy particular: nunca le interesó vender sus cuadros, tampoco realizó, en vida, una muestra individual de su obra, y dispuso la donación de sus pinturas a la Academia Nacional de Bellas Artes.

Esa noche, nos cuenta Spak, la Quinta Trabucco, recién restaurada, se engalanó para recibir a las autoridades municipales y a un gran número de invitados y vecinos. Concurrió un verdadero seleccionado de artistas plásticos: Libero Badii, Carlos Cañás, Magda Frank, Hermenegildo Sábat, Raúl Alonso, entre otros.

Y ocurrió un hecho extraordinario: una vecina, la escribana Lidia Mogni, esmerada y destacada coleccionista, donó un cuadro de Trabucco de su colección particular. La obra era un retrato de anciano, de pequeñas dimensiones y finamente enmarcado. La propia sobrina del pintor, Ana Monés de Favergiotti (´Porota´ para los vecinos de Florida) al ver el cuadro, lo reconoció y para sorpresa de todos, comentó que esa obra decoraba el dormitorio que ocupaba en su infancia, cuando residía en la Quinta durante los meses de verano. Un cuadro original del pintor Trabucco volvía a su casa…

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Vivo a dos cuadras de la Quinta Trabucco, por lo que apenas leí y me enteré del acto generoso de la Sra. Mogni, fui a ver el cuadro. ¡Qué bueno poder apreciar un cuadro del gran pintor en el lugar donde vivió! La ilusión duró poco: el cuadro de Trabucco no está. Y nadie sabe dónde está. Y es probable que haya desaparecido hace tiempo. ¿Cómo puede ser? Hice mi visita semanas antes que se iniciaran las obras de ¨puesta en valor¨ de la casona, que acaba de reabrirse.

Se ha perdido un objeto valioso del patrimonio de nuestra ciudad. Es de esperar que la indiferencia, o la desidia con la que se descuidó a este particular cuadro de uno de nuestros pintores emblemáticos se revierta, para que vuelva a lucirse en la misma casa donde las manos expertas de Alberto Trabucco lo pintaron.