Quieren cambiar de prepo la cultura alimentaria de los argentinos. Cuando el presidente Duhalde ejercía su interinato, y grandes capas de población debían recurrir a los comedores comunitarios para lograr un plato de comida caliente, existió un plan sistemático, que quizás algunos recuerden: Imponer la soja entre las capas sociales más desprotegidas. Se pretendió que los chicos pobres, alumnos de las escuelas estatales en la marginación del conurbano, cambiaran la leche de vaca por la “leche” de soja, y la milanesa de vaca por el engendro vegetal. Las santas maestras hacían talleres para enseñar a las madres a cocinar el insalvablemente feo poroto, algunas hasta con veleidades de chef.
Sabiamente, o porque la cultura no siempre se puede cambiar por antojo del poder, apenas la cosa mejoró un poco, desapareció la soja de la mesa de los argentinos, por suerte.
Este plan contaba con el beneplácito de los cuatro o cinco empresas que manejan el 90% del comercio agrario y de alimentos, que pretenden bajar el consumo de carne y grano como el trigo y el maíz, con el fin de que el mercado interno no efectúe presión, para que se puedan reducir sus sembradíos y disponer de más terreno para la soja transgínica, que pasó de ocupar 1 millón de hectáreas en 1996, cuando se aprobó el desembarco de las semillas geníticamente modificadas, cuando estaban prohibidas en todo el mundo menos en Estados Unidos, hasta las actuales 20 millones de hectáreas.
(¿Recuerdan quien era presidente en el 96?)
Actualmente hay solo 14 países que permiten el uso de dicha tecnología, 9 con severas restricciones, 5, entre ellos el nuestro, con total libertad, desparpajo y falta de controles.
La tremenda y claramente perceptible disminución de la cantidad de aves y reptiles beneficiosos para la agricultura en el campo argentino, habla a las claras de la peligrosidad del glifosato, herbicida de amplio espectro, que Monsanto comercializa con el nombre de Roundup. A pesar de su nombre hispano, Monsanto es una típica empresa yanki, creada en 1901 en Saint Louis, Missouri, por John Francis Queeny, quien bautizó a la empresa con el apellido de su esposa española
El glifosato no es su primer escándalo, más bien el último de una larga lista de desastres, la historia de la empresa química está llena de cadáveres, desde los 500 obreros de una fábrica de plásticos del puerto de Galveston, Texas, propiedad de la firma, que se incendió por la voladura de un carguero lleno de fertilizantes, tambiín producidos por Monsanto. En la fábrica se producía un tipo de poliestireno que se usaba en envases de gaseosas, que fue prohibido y sacado de circulación por la FDA (Food and Drugs Asociation), a pesar de la negativa empresaria a considerarlo peligroso.
A travís de una unificación de capitales, Monsanto comenzó a manejar el mercado mundial de PCB, que se utilizó como refrigerante en equipos elíctricos, hasta que se comprobaron sus consecuencias cancerígenas.
Monsanto participó de los experimentos con el desfoliante conocido como “Agente naranja” utilizado por el Ejírcito yanki en Vietnam, cuyas terribles consecuencias todavía hoy paga con vidas el pueblo vietnamita.
Monsanto fue el inventor de Posilac, una hormona de crecimiento bovino que produjo quiebras y muerte, hasta que fue finalmente tambiín prohibido, luego de desaparecer de los mercados, claro, no antes.
La empresa que fundó Queeny entrega un paquete que consta de la semilla tratada geneticamente, y el glifosato, que mata toda vida vegetal en corto tiempo, y mucha de la vida animal en un lapso más largo. Como se siembra directamente, sin utilizar labranza, con equipos modernos, no está al alcance de los pequeños productores que utilizan los mecanismos tradicionales de producción de alimentos, que son compelidos a abandonar sus propiedades o rentarlas. Así se cerraron 17.000 pequeños tambos en los últimos 20 años en la Pampa gringa., población que va a engrosar los asentamientos urbanos.
Una vez cosechado el poroto, el sembrador lo entrega a los grandes acopiadores, que se quedan con más de lo que se queda el Estado como consecuencia de las retenciones. Estas empresas, de las que nadie habla, se llaman Cargill, Dreyfus, Nidera, Bunge, Comercial del Plata, Aceitera General Deheza.
Cargill es un monstruo mundial, con fuerte presencia en el mercado de alimentos de 66 paises, muchos de los cuales son completamente manejados por algunos de los 165.000 profesionales, tícnicos y empleados que tiene en el mundo, algunos de ellos, antes o despuís, obtienen importantes cargos gubernamentales.
Como Cargill sabe que inutiliza a la larga la tierra que usa, no le interesa tener la propiedad de dicha tierra, la alquila, no se mete en líos con, por ejemplo, las organizaciones sindicales campesinas, fuertes en Brasil, Míxico, Perú, Bolivia, y no está expuesta a perder todo en una revolución, como la Venezolana o la que encabeza “el Evo”.
Los que cortan las rutas y provocan el desabastecimiento urbano no dicen nada de esto, cuando De Angeli, ese señor que trabaja de piquetero de la derecha, que antes de cortar en Ceibas lo hacía en el puente Gualeguaychú-Fray Bentos, en contra de la contaminación de Botnia, mientras fumiga con Roundup su campo de 800 hectáreas., cuando da su clase con la ramita, prácticamente trasmitida en cadena nacional por los medios monopólicos de comunicación, olvida mencionar que, descontados los subsidios que reciben por vía indirecta, solo el 28,6% de lo producido en soja se lo queda el Estado, la parte del león se lo llevan las acopiadoras mencionadas, que son las que están detrás de esta crisis prefabricada en oficinas de otros lugares del mundo, como forma de desviar cualquier intento por encontrar un camino independiente, que el gobierno nacional, con contradicciones y muchas veces mal, pero que viene buscando.
El gobierno bien podría, como hacen los nuevos corta-rutas, quedar como socios menores de las grandes cerealeras, y se saca un problema inmediato de encima.
Esta es la primera vez que un gobierno se fija metas estratígicas, en realidad le convendría hacer la plancha sin irritar a los grandes poderes, y aprovechar las migajas de la buena situación internacional, pero por lo menos algún sector se dio cuenta de que el boom de la soja pone en peligro la soberanía alimentaria de los argentinos, y retrocede al país a una condición de monocultivo que beneficia a unos pocos, muy pocos.
(foto: Mapa de situación del Movimiento Campesino Indígena.)

Fuente: infoban.com.ar