Las marchas y contramarchas entre el oficialismo y lo que denominan la oposición tienen notas de color, muchas de esas no pasan a mayores, pero es digno destacarlas, juntas, para ver si los actos aislados no son el preámbulo de una costumbre peligrosa.
Todo lo que no es oficialismo es oposición, en la nueva Argentina con un nuevo orden de poderes. La iglesia, el campo, las petroleras, los multimedios, son los antagónicos protagonistas de la realidad gubernamental teñida por su intervención en cada uno de los factores de poder y presión. Tambiín los sindicatos cumplen un rol.
La mezcla de incertidumbre, tristeza, recuerdos recurrentes, pasiones políticas (partidarias y de las otras) intereses comerciales, sectoriales y sindicales, hacen de la actualidad nacional, un verdadero cambalache.
De uno y otro lado, gobierno y sectores opositores, mas o menos representativos, se intenta fomentar la participación popular, ciudadana; cívica, quizá. Pero no todos lo logran, y en su afán de protagonismo buscan cámara con cualquier sandez.
Es claro que desde la guerra de Irak, las batallas se ganan en los medios; y el enfrentamiento del gobierno nacional con los medios, habla a las claras que el cuarto poder, superó ampliamente la relevancia social que el legislativo y el judicial tienen en cuanto a la sumisión de la sociedad a la normas básicas de convivencia en un estado de derecho.
La ley se presume conocida por todos, hay una delegación tácita de los ciudadanos para la regulación de los derechos constitucionales en los órganos de gobierno, pero que pasa cuando la presunción no se cumple. Que ocurre cuando se buscan resultados cruzando la delgada línea de lo lícito. O cuando lo legítimo contrasta con lo legal.

En las últimas semanas, se ha manifestado la existencia de dos Argentinas, una conteste con el proyecto del gobierno y otra no.
Los medios hemos hecho gala de una selectividad rayana con el fanatismo, los ciudadanos, tambiín. Pero la responsabilidad no es la misma, la trascendencia tampoco.
Depende quien lo diga y como lo diga, hay varios ejemplos de cómo llegamos a este quiebre incipiente en la sociedad:
-Los piquetes por hambre, y por trabajo, o incluso por el medioambiente, resultan “tolerables” los otro piquetes, no.
-Si los escraches o los golpes los reciben los dirigentes rurales, son “quizá cuestionables” si los reciben los dirigentes o funcionarios, son “nazis”.
-Si las manifestaciones son organizadas por sectores económicos: son golpistas.
-Si las manifestaciones son organizadas por el gobierno, o por partidos políticos son “en defensa de la Democracia.”
-Si las cacerolas suenan frente a las plazas, en municipios, provincias o reparticiones públicas, son “desestabilizadores”. Si en cambio, los bombos y trompetas suenan frente a sedes de agremiaciones u organizaciones mercantiles, son “para evitar un golpe de estado económico.”
-Las advertencias sobre la presencia de armas entre los manifestantes, en un “piquete blanco” son un delito. Si llamar a la ciudadanía a levantarse en armas, proviene de un “piquete negro” es “en defensa de la patria.”
-Si hablar en un medio apoyando el reclamo de un sector determinado es “buscar desgastar desde una oposición que no representa a nadie”. Hablar en un medio apoyando las medidas de gobierno es “defender a la sociedad del Lock Out” agrario.
Cortar las rutas cruzando camiones “es defender las fuentes de trabajo” mientras que hacerlo en defensa del campo es “provocar desabastecimiento”.
-Informar con parcialidad desde medios privados es “voltear al gobierno” en tanto hacer lo propio desde el gobierno es “garantizar la pluralidad informativa”.
La lista de desencuentros dialícticos sería interminable, pero cuando la cuestión pasa de las palabras a los hechos, el enfrentamiento parece más cercano, duro e irresoluble.
Colmar la Plaza de Mayo es tan legítimo para uno como para otro sector, sin embargo, cuando el sector es el otro, la violencia, los insultos y la agresión está justificada.
Manifestar frente a la Quinta de Olivos, está bien hasta que llegan las “bandas” para desalojar a los que manifiestan. No por que carezcan de motivos, sino por que tienen otros motivos.
La intolerancia esta en ciernes. La provocación está llegando al límite. Las antinomias renacen y el revanchismo es el prólogo de un libro que ya fue escrito hace dícadas en nuestro país, y firmado con sangre.
Los extremos de todas las afirmaciones listadas a lo largo de esta nota, no representan en sí adhesión a ningún sector, sino que reflejan palmariamente que la sociedad está rumbo a una división en la que habrá sólo dos posiciones.
“O estas de “nuestro” lado o sos del otro.”
“Hay que saber perder” dijo la presidente de la Nación; y resulta poco feliz en este marco, aunque al momento de escribir estas líneas, preferiría que la frase hubiera sido “hay que saber negociar, para que nadie pierda.”
Aún mas desafortunada fue la frase del dirigente rural que sugirió ““si los legisladores ratifican las retenciones hay que disolver el Congreso” aunque luego intentó aclarar que se refería que “si opera como una escribanía de lujo del ejecutivo” no tiene razón de ser.
El gobierno debe gobernar a todos los habitantes del suelo argentino; el campo, las empresas, los sindicatos, la Iglesia, etc deben defender los intereses o creencias de los suyos.

El campo, el comercio y la industria deben producir, los sindicatos mejorar las condiciones para trabajar, la Iglesia mantener sus principios, el gobierno, aplicar las leyes, el parlamento crearlas o modificarlas y la justicia, interpretarlas.
Intervertir los roles deviene en una pírdida del equilibrio de la sociedad, sus poderes y sus organizaciones.
Si estamos en democracia, la tolerancia en la divergencia es un deber de todos los ciudadanos, incluso aquellos que tiene fueros, cargos o responsabilidades sectoriales: sociales, políticas o económicas.
Entre tanto, ya que el “parlamento” está dispuesto a recuperar la iniciativa, sería bueno que legisle sobre todos aquellos temas sujeto de interpretación: Si los tributos son impuestos, Si las retenciones son medidas económicas; si los piquetes y cortes son delito; si es confiscatorio o no que el estado administre la “renta extraordinaria”; si es o no lícito que el ejecutivo regule sobre impuestos; si es o no legal impedir el paso de mercaderías; etc.
El estado requiere de recursos para lograr sus fines; el campo y el comercio requiere de ganancias para sostener su "industria lícita".
Los argentinos necesitamos dejar de tener razón, para equivocarnos menos al hablar, escribir e incluso actuar.
Los medios deben ser eso, un vínculo entre los actores y los activos espectadores de una realidad que les reclama participación, compromiso y tolerancia. Aquellos que opinen sería bueno que lo hagan, pero no sin aclararlo.
Es mi opinión.

*Sergio Astorga Bracht

Fuente: infoban.com.ar