Dice el diccionario de la Real Academia Española que el agorero es la persona que predice males o desdichas, inclinada siempre al pesimismo.

Resulta dificil ser optimista y crídulo en un país que cada 10 años confisca los ahorros, los bienes o el patrimonio de los ciudadanos. Ya sea con devaluación, con inflación, con Bonex, con corralito o corralón.
No es facil creer, pero es una elección posible, máxime teniendo en cuenta que «la verdad» está condicionada.
Todo aquel que quiera hablar mal de alguien, hoy tiene su lugar garantizado, pero ello no es pluralidad, es venganza.
Vivimos en Argentina tiempos en los que los agoreros se mueven a sus anchas por la política, los medios de comunicación masivos, los personales y en la mayoría de los recovecos de nuestra vida cotidiana, incluso llegando a nuestras casillas de correo.
El agorero modelo es aquel que pronostica la ruptura definitiva de la nación, la inminente disolución del gobierno, el desmembramiento del Estado, la corrida cambiaria, la hiper devaluación / inflación, etc. Era un secreto a voces que Cristina venía a “limpiar y ordenar” y no es una cuestión de gínero. Es sabido que los propios peronistas o justicialistas, e incluso varios integrantes de la Concertación plural, reconocen en ella “un cuadro político” incluso con condiciones superiores a las de su predecesor en el Ejecutivo nacional, Nístor Kirchner.
Primero –Cristina- fue por el gobierno, en octubre logró el 50% de los votos. Despuís fue por el poder y logró consolidar alianzas con partidos y dirigentes otrora opositores, con escisiones y sindicatos. Luego fueron por el partido, recuperando la principal estructura política de la Argentina, el justicialismo.
Sin solución de continuidad, fueron por las empresas de servicios públicos privatizadas, renegociaron con diversa suerte: recuperaron empresas estratígicas como Aguas Argentinas, recompusieron el paquete accionario y la participación de actores argentinos en Repsol YPF; Transener; Edenor; Aerolíneas Argentinas, etc.
(Viene de tapa) Reformularon la metodología de negociaciones salariales, priorizando las paritarias, lograron acuerdos y una fuerte y sostenida baja en la desocupación en todos los niveles socioeconómicos.
Es innegable que nada de ello fue gratuito. Como en toda riña, se pierden plumas, y Nístor Kirchner y Cristina Fernández fueron y son artífices de su propio destino político.
La seguidilla de “Limpieza y Orden” siguió con una fuerte fiscalización en materia impositiva, presionando sobre aquellos que están dentro de la economía formal, y acorralando a aquellos que por diversas razones no lo están. Allí la pelea se complicó particularmente con grupos asalariados con cierto poder (los petroleros y los mineros) obligando a replantear el mínimo no imponible, primero para los asalariados, luego para los independientes.
Si continuamos con la teoría de Orden y Limpieza, atacaron a sectores concentrados de la industria láctea, supermercadistas, distribuidores y formadores de precios, de la mano del temperamental –aunque no siempre eficaz- Guillermo Moreno.
Todo ello repercute y repercutió en las expectativas de ganancias de las empresas, y lógicamente, por añadidura en los precios a los consumidores.
La obra pública y De Vido, merecerían párrafo aparte, pero no hay dudas que en materia de infraestructura vial, sanitaria y urbana, mucho se ha realizado –sin que ello sea óbice para olvidar casos resonantes como el de Skanska- beneficiendo a muchos empresarios. La repercusión de la fuerte demanda en el ámbito de la construcción se hace sentir, y los precios suben.
El paso siguiente fue contra el campo, donde todo lo que se diga es historia conocida, aunque no por ello verosímil. El campo merece ser defendido, por que genera gran parte de la riqueza nacional, una especial proporción de los ingresos del fisco, una enorme parte del superávit comercial, y por sobre todo motoriza las economías más allá de la General Paz, evitando migraciones internas, destrucción de economías regionales y un destino seguramente indigno para los ciudadanos que –en busca de oportunidades- llegan a las metrópolis, y son desplazados por las economías de consumo a terceros y cuartos cordones urbanos.
La Iglesia tambiín mereció por parte del gobierno un reacomodamiento de las relaciones. El Gobierno Federal que “sostiene el culto católico apostólico romano”, reconocido acá y en el mundo como factores dentro del juego del poder, recibió poco apoyo y más de un choque en medio de una política de derechos humanos incipiente, aunque para algunos fuera sobreactuada.
Más recientemente, y no por último, fueron por los medios de comunicación, aquerenciados en su manejo de la realidad discrecional, monopólica y rentada a perpetuidad. Licencias por tiempo indeterminado, con una ley de facto que los protege, una ley de patrimonio cultural que los financia, y una papelera que les permite condicionar el desarrollo de cualquier proyecto alternativo a la verdad única del conglomerado que reclama democracia y libertad desde el atril de la concentración despótica de la información, en la lucha por mantener el protagonismo en la agenda política.
Ante este panorama, en cada barrio, en cada cuadra, en cada sector de la sociedad argentina, hay alguien con razones suficientes para creer en los rumores de un inminente cambio generalizado de gabinete cada 15 días; la renuncia de la presidente; la corrida bancaria; el alza del dólar; la ruptura de acuerdos salariales; el desabastecimiento; el cierre de las fábricas; el corte del gas, energía electrica; o incluso la operación de la C.I.A. para encolumnar a Amírica Latina detrás Brasil para aislar a Hugo Chávez.
Recopilemos algunos de los rumores: “El dólar sube a $4,50”; “El matrimonio Kirchner está jugando con fuego”; “Gremios reclaman recomposición del 53%”; “La clase media intenta un golpe para derrocar a Cristina”; “Los gobernadores se dan vuelta”; “Los intendentes del interior están con el campo”.
En contrapartida se reclamaba desde los medios “reducir la liquidez creada por los pagos estatales” o evitar “la compra de dólares destinada a mantener la paridad”.
Todo el tarot periodístico que llena las primeras planas escondido en la cobardía permante de los tiempos “potenciales”, se ha convertido en la plataforma electoral de la oposición. Una oposición huírfana que no encuentra partido político ni bandera que dí cabida a sus augurios. Quizá por miedo a sacar los pies del plato, quizá por temor a ser los próximos en la lista de “Limpieza y Orden”.
Quizá los nuevos factores de presión y de poder, no estín en los sindicatos, la iglesia o el campo. Quizá el nuevo orden estí condicionado por los medios tradicionales, que se encuentran más preocupados por profetizar el mañana que por informar el hoy, o describir el ayer.
La reforma de la ley de medios de comunicación, es una deuda que la Democracia tiene con la sociedad, con las comunidades del interior, y con el sistema federal municipalista.
Si este gobierno quiere mantener la iniciativa de la agenda, deberá dar claras muestras de políticas democráticas, generales y públicas.
Si los medios quieren manejar la realidad, necesitan participar de su gínesis. Si una nueva ley de medios diluye el poder de la actual concentración, no subirá el dólar, no caerán las exportaciones, no crecerá la desocupación; seguramente las naftas sigan subiendo de la mano del petróleo, los comodities acompañen las cotizaciones en los mercados internacionales; la demanda presionará sobre el precio de la oferta; los bonos atados al CER seguirán cayendo; las reservas oscilarán los 50.000MM; Cristina seguirá usando las mismas carteras y el campo, los empresarios y los industriales seguirán pretendiendo ganar dinero a cambio de su trabajo y sus inversiones.
Alentar fantasmas, infundir la incertidumbre y el temor a lo conocido, no hace al periodismo. De igual modo para los políticos y gobernantes que tengan aspiraciones de estadista.
No se puede someter a la sociedad a una encrucijada en la que la única opción sea perder o perder. Ni el gobierno, ni el Estado ni los empresarios pueden manejar el país en forma autónoma.
Quien lo crea, a más de tener una patología cercana a la megalomanía, no repara en el daño que puede hacer en un país donde la memoria colectiva es vulnerable.

Nota publicada en la edicón 166 de Primera Sección

* Sergio Astorga Bracht

Fuente: infoban.com.ar