Sigfredo Pastor fue el pintor que le encontró la vuelta al tango, nació en 1912 en Bragado, vivió en varios barrios y países, pero lo fuerte de su obra la hizo en su atelier de Olivos.Como a tantos artistas adelantados  a su tiempo, el reconocimiento les llega tarde, en vida fue un pintor respetado, ahora su obra es un íxito. Si bien fue un trotamundos, encontró su lugar en Olivos, en su taller de la calle Caseros casi esquina Amador. Su hijo, tambiín respetado artista residente en Barcelona, nos entregó esta evocación de su padre
Luces de luna y almacín
A Ernesto y Emiliano
  
1945, Europa desvastada y Buenos Aires se extendía en casas bajitas hasta difuminarse en la pampa. Eso era el suburbio, el paisaje del eterno tango que pintaba mi viejo, absorto en el misterio del espacio horizontal, tan simple y tan difícil de explicar
el desierto
inconmensurable y abierto
y solitario a sus pies.
Echeverría
 
Era el Sur un paisaje de soledad y distancias.
Borges se refería a eso cuando decía que el tango tiene un secreto dentro, lo que explica que no logren componerlo los extranjeros.
Mi viejo, en su madurez, logró atrapar ese secreto.
Sigfredo pintaba parejas en la cópula de la danza vertical, sobre un fondo de horizonte, músicos como náufragos abrazados a la viola, garuferos desgarrados escuchando en la victrola los silencios de un tango canalla y sagrado.
Mis padres alquilaron una casa en Parque Chas, que entonces era suburbio. Era una casita baja, como todas, con pequeño jardín adelante que no servía para nada, y un amplio terreno atrás donde estaba todo: El piletón, la higuera, unas gallinas y la ropa tendida sobre el cielo, un cielo celeste y escolar donde el ingenuo avioncito Safac deletreaba con una tiza de nube sus primeras letras:
 
Tome yerba  Safac
 
Frente a casa había un zanjón de aguas tenebrosas, con un puente de dos tablones y unos yuyos gordos, felices de chupar esa porquería. La calle era de tierra y barro, como la de Malena y sus criaturas abandonadas.
Por aquel entonces el viejo pintaba horizontes, es decir, pintaba la pampa por 100 pesos, la estufa Aurora ronroneaba su kerosín y mi hermanito Ricardo gateaba bajo la mesa de dibujo comiíndose los puchos (será por eso que le cuesta tanto dejar de fumar). Papá todavía no había logrado resolver el secreto que decía Borges y solo pintaba el fondo.
En ese cuarto, su taller, había muchos cuadros apoyados en la pared. Olía a óleo y trementina, tabaco y estufa Aurora. Era el olor de mi viejo.
Desde la ventana de su taller se veía la calle de tierra y una placita triangular y desangelada, con tres bancos y unos faroles muy esfíricos, como hechos para el hondazo.
 
Muy de tanto en tanto y desde el horizonte, que entonces estaba a pocas cuadras, venía un vasco con sus vacas que ordeñaba frente a cada casa y nos dejaba un bigote de espuma blanca. O llegaba el vendedor de pavos que pasaban bullangueros y enormes, porque un pavo grande es más alto que un niño. Otras veces nos asombraba el vendedor de plumeros, insólitamente cargado con sillas y cestos de mimbre que crujían con el bamboleo de su carro. Pasaba el barquillero con su tómbola tramposa, el afilador con flauta y sus chispas, la locomotora del manicero, el hielero, y como no, el frutero que al ver…
…una paica que transita
se sube la faja y grita
¡Durazno al cuarenta el ciento…!
Discípolo
 
No todo era tan amable. Tambiín pasaba el temible camión de la perrera con su puerta-trampa en el techo, y detrás, colgados del pescante y empuñando sus lazos, dos espantos despiadados y eficaces.
…el hijo de puta que enlazaba el perro
ese más que nadie merece el destierro.
Julián Centeya
 
Si nos mataban el perro del vecino, todos los mocosos llorábamos. Pero si la víctima era el nuestro, un silencio duro como un balazo, un dolor desconocido se nos clavaba en el pecho para siempre.
Por eso veinte años despuís, en Carapachay, al ver a los perreros cazando, frení en seco mi 4L, me lar

Fuente: infoban.com.ar