Dionisia López Amado se nos fue a los 80 años. Conocí a la Gallega en medio de la opresión de la última dictadura, cuando un pequeño sector del pueblo resistía a los milicos, y buscaba cualquier grieta en la represión para desarrollar la resistencia. En eso no había diferencias de banderas, sobre todo entre los militantes de base, peronistas, radicales, socialistas, comunistas de todos los colores nos uníamos por el odio a los militares.
Una de las primeras veces que participamos juntos, las Madres, los militantes obreros de Ubaldini y los del por entonces PST, fue en una marcha a San Cayetano, cuando todos juntos, no más de tres mil o cuatro mil, rodeados de infinidad de uniformados, cantábamos “Pan y trabajo, la dictadura abajo”
La Gallega era claramente identificable porque era bastante más alta que casi todas sus pares, y porque cuando se ponía nerviosa le aparecía un tick nervioso en su rostro curtido por una niñez y juventud dura allá en La Coruña, de donde vino con su hijito de meses.
En plena dictadura organizamos una charla en el club Unión de Munro, donde dos Madres y el abogado Enrique Broquen vendrían a explicar la situación de los Derechos Humanos. Era obviamente una reunión semicerrada, pero vinieron más de cien vecinos. La Gallega y Pepita contaron sus casos, y la mayoría del público lloraba, hasta a algunos militantes que sabíamos todo lo que pasaba, se nos caían las lágrimas. Me pareció que su participación en Madres era la forma que encontró la Gallega para seguir estando al lado de su único hijo, Antonio, que fue secuestrado el 15 de mayo del 76 junto a su esposa Stella Maris, los dos de 24 años.
A lo largo de los años nos encontramos en las actividades por los D.D.H.H. en tantas rondas de los jueves, y en todas las luchas políticas y legales por las cuales la Gallega trató de acercarse a la verdad de lo ocurrido con su familia. Fue un ejemplo porque nunca buscó la venganza, porque era respetuosa de la opinión del otro, porque en medio de condiciones de militancia muy difíciles, siempre tuvo lugar para dar afecto y demostrar alegría dentro de su tristeza infinita.
La última vez que estuve con ella me contó de una reunión que tuvo con Sergio Massa para que Tigre hiciera por fin el homenaje institucional a sus desaparecidos, y recontó que le habían festejado sus ochenta años
—¿Ya tenís ochenta, Gallega?-
—Me parece que tengo más, pero ya ni me acuerdo.-
—Si no fumaras tanto podrías vivir unos cuantos más.-
—Es el único vicio que tengo, de algo hay que morirse, prefiero fumar y no tomar, me parece triste depender de la botella.-
Y aunque sigamos haciendo las cosas con la alegría y la convicción que ella nos enseñó, sin su presencia emblemática todo será más desolado, porque era, sin dudas, de esas que son irremplazables.

Fuente: infoban.com.ar