Tras enfrentarse con las petroleras, la Iglesia, el campo y otros sectores de poder, el gobierno nacional embate contra el principal grupo informativo del país, con discutible estrategia, en medio de la inminente reforma de la ley de radiodifusión hay que preguntarse ¿quien ataca a quiín?.

Es evidente que nuestro país tiene un importante atraso en materia de una legislación apropiada para la nueva era de las comunicaciones globalizadas, pero no menos elocuente resulta lo anacrónico de respetar una ley de facto en materia de radiodifusión, a un cuarto de siglo del regreso de la Democracia.
La pelea entre el gobierno y el principal grupo de medios de comunicación del país no sorprende en el marco que otorga la asunción de un nuevo Interventor al COMFER, y el riesgo que eso acarrea para un cuasi monopolio informativo.
La radiodifusión en la Argentina está bajo la órbita del decreto ley 22.285, una suerte de cerrojo para el manejo discrecional de las frecuencias asignadas a la Argentina por la comunidad internacional en materia de telecomunicaciones.
En nuestro país, la radiodifusión, y sus servicios complementarios, están bajo la órbita del COMFER, un comití de radiodifusión, que se encuentra intervenido por el Poder Ejecutivo Nacional desde tiempos inmemoriales, atravesando gobiernos de todos los colores y matices.
Resulta obvio que los únicos beneficiarios del accionar de este organismo intervenido y dependiente de la Presidencia de la Nación, son los adjudicatarios de licencias para brindar el servicio por medio de AM, FM, TV y Cable (Servicios complementarios de radiodifusión) sin contar con otras atribuciones que no por menores, siguen haciendo al mapa de concentración creciente de la información en manos de grupos de poder.
El caso más reciente y que fogoneó la victimización de Clarín, es el cambio de la grilla de señales informativas en las operadoras de Cable, que lidera Clarín, con Multicanal y su controlada Cablevisión.
Es innegable que los Diputados y Senadores de los diversos gobiernos, que intentaron alterar el status quo, fueron víctimas de presiones y campañas orquestadas por los propios multimedios, logrando finalmente que conservaran sus beneficios.
La concentración del poder en el PEN, de la facultad de otorga licencias, es tambiín un alto costo que hay que pagar para perdurar en el sillón de Rivadavia.
Un viejo slogan entre los periodistas dice que “no hay Presidente que resista tres tapas de Clarín”, y ello quizá justifique las multimillonarias pautas publicitarias que se manejan en los medios nacionales, de publicidad oficial, lo que es un eufemismo que desde el poder llaman “equilibrio”.
El notorio enfrentamiento, es tambiín por la “torta” publicitaria oficial, concentrada mayoritariamente en las empresas del grupo Clarín, beneficiarias -quizá naturales- de los avisos oficiales.
Pero el equilibrio está pronto a quebrarse, y la punta de iceberg la dio el multifuncional Luis D‘elia, poco adepto a las formas y a los códigos –incluso el penal- “un revolver en la cabeza” fue la imagen de la gobernabilidad amenazada en la pelea del agro, no hace un mes. Esa sensación se repitió en la propia casa de Clarín, donde en el programa a dos voces, el piquetero ex o actual funcionario, acusó al grupo multimedios de ejercer similar presión sobre “la presidenta CFK” como titulan algunos medios, en analogía con el asesinado presidente norteamericano “JFK” del clan Kennedy, por grupos de poder del “gran país del Norte”.
Ya la propia presidenta había anticipado el malestar con los “Grupos de presión” apuntando dardos a columnistas destacados e incluso al dibujante editorialista de La Nación.
(Viene de tapa)La ley antimonopolio en materia de medios, opera bajo el mote, nada casual de “abuso de posición Dominante”, lo que a las claras habla de que lo que se busca es subsanar un hecho consumado. Tambiín en su trámite los lobbies y presiones de los propios multimedios se hicieron sentir, referenciando lo ocurrido con -el cuasi delivery legislativo- el proyecto de reforma de Ley de Radiodifusión conocida como “Ley Clarín” tramitada e impulsada por un Diputado de la zona norte en ípocas del menemismo.
Tambiín, el cuarto poder en manos del “Gran diario” consiguió otros beneficios que lo salvaron de la quiebra, especialmente librándolos de la competencia con la Ley de patrimonio cultural, que consolidó la integración de sus pasivos producto de la compra a mansalva de cientos de cable operadores de todo el país, concentrando la industria, y claro está, manejando la grilla de miles de localidades, donde sus canales son ubicados con preferencia por no decir prescindencia, sobre los otros.
La pelea que viene es por el multimillonario negocio del Triple Play, que va más allá del negocio periodístico, alcanzando el estratígico negocio de las telecomunicaciones, la telefonía, el acceso a Internet y el manejo del tráfico de correo electrónico, el comercio en Internet y el poder del análisis de hábitos de consumo, capacidad de compra y cualesquiera otros datos sensibles de las personas.
Es cierto que Clarín tiene un poder absoluto en las comunicaciones y el manejo de la información, pero no menos cierto es que las licencias las otorga y renueva el estado. Las fusiones las autoriza el gobierno de turno, y las pautas publicitarias, tambiín.
Quizá allí, en las fusiones podría haber otro punto pendiente que Clarín quiere que le atiendan. Su fusión con Cablevisión, lo convierte no sólo en el operador más grande de la Argentina con 1.7 millones de abonados, sino el potencial proveedor de ISP‘s del país.
El rol de los medios alternativos de comunicación, los medios locales y de Internet es fundamental para contrapesar el equilibrio quebrado por la realidad. Si el gobierno busca la redistribución de la riqueza periodística, sería bueno separar a los pool de medios de los pequeños productores locales, olvidados por años, por gobiernos temerosos de la espada de Damocles.
Es una realidad que Clarín tiene los medios para manejar la agenda informativa del país, imponer el centro de discusión, y está probado, hacer subir o bajar a un presidente o partido político. El sillón de Rivadavia no alcanza para cubrir las ambiciones del gigante mediático, pero todo ello nada tiene que ver con la verdad o la mentira.
El título de esta nota es una síntesis de la realidad de la concentración informativa: no hace falta que sea verdad, ni siquiera que exista. Si Clarín lo dice y todos sus medios lo ratifican, algo quedará.

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Escribe: Sergio Astorga Bracht

Fuente: infoban.com.ar