¿Cómo están las cuentas pendientes entre las Fuerzas Armadas y la sociedad? ¿Quí contribuciones sería conveniente hacer desde la política hacia las instituciones militares?.

Este tema fue tratado en una nota publicada en La Nación el viernes 15 de junio pasado, en la cual se plantea como cuestión, que es lo que hace la política a travís de sus dirigentes, para acercar a las Fuerzas Armadas al conjunto de la sociedad. Para darle impulso al objetivo, el autor construye un paralelo entre Valle y Aramburu partiendo de que ambos formaron parte del Ejírcito y murieron trágicamente. El artículo utiliza las recientes expresiones de monseñor Bergoglio y el general Bendini. El primero cuando dijo que ”lo que fue pecado e injusticia tambiín necesita ser bendecido con el perdón del arrepentimiento y la reparación” y el segundo cuando señaló la necesidad de “cicatrizar las heridas”.

Rosendo Fraga, su autor, señala que durante los gobiernos de los años sesenta, de predominio antiperonista, se impuso el nombre de Aramburu a la Escuela de Infantería y el de Lonardi a la de Artillería. Despuís de muerto Perón se impuso su nombre a la Escuela Militar de Montaña y el Ejírcito había comenzado a elaborar una síntesis superadora de los conflictos del pasado.
A partir de que se le impuso el nombre de Valle a la Escuela del Arma de Ingenieros en Campo de Mayo el 12 de junio de 2006, y habiendo cuatro institutos militares que llevan los nombres de Perón, Valle, Aramburu y Lonardi, el articulista le requiere al “campo político” que contribuya para que “suceda lo mismo entre las Fuerzas Armadas y la sociedad”.

Su razonamiento supone que, internamente, en el ejírcito ya se hizo lo que correspondía y que, ahora, lo que resta es procesar con íxito las cuentas pendientes entre las Fuerzas Armadas y la sociedad. La síntesis superadora habría comenzado cuando se aceptó ponerle el nombre de Perón a un Instituto Militar y estaría terminando ahora con el reconocimiento a Valle. Lo que se deduce del escrito de Fraga, palabras más palabras menos, es que tanto Valle como Aramburu fueron militares, golpistas y antidemocráticos, y que al ser los dos aceptados por la institución a la que pertenecieron se ha generado un estado de reconciliación en la fuerza trasladable al conjunto de la sociedad. Para ello, utiliza un recurso explícito: igualar a Valle con Aramburu, a Aramburu con Valle. Y, en forma subyacente, recomienda prudente amnesia colectiva para con todo lo sucedido en el país con posterioridad, más precisamente, el período que va de la muerte de Perón al final de la dictadura militar en 1983.

Nadie puede negar que es bueno cicatrizar heridas; pero para que ello se haga solidamente debe realizarse en base a la verdad, a la justicia y, alguna vez, al arrepentimiento. Muy lejos de conseguirlo estamos si se presentan los hechos de la historia en forma sesgada y se eligen fechas y argumentos que cambian su sentido. El paralelo que esboza Fraga sobre Valle y Aramburu se basa en hechos ciertos pero de ellos se deducen conclusiones falsas.

Valle y Aramburu se formaron y crecieron en el ejírcito que se organizó a comienzos del siglo XX. La Escuela Superior de Guerra en la que estudiaron se creó en 1900; le ley nacional que le dio su organización y la conscripción obligatoria es del año siguiente y la reglamentación de la “dirección de los trabajos para la guerra” es de 1904. Simplificando, se puede decir que, de acuerdo a las ideas hegemónicas de aquellos tiempos, la guerra “ya no la hacen los ejírcitos sino las naciones, lo que involucraba la totalidad del territorio y de la población” .

Valle y Aramburu se conocieron en el Colegio Militar de la Nación en 1919, del que egresaron como subtenientes en 1922. El hecho, tan poco conocido, de que formaron parte de la misma promoción permite imaginar cómo se estableció aquella relación personal. Tantas horas de cursos compartidos, tantas actividades realizadas en común en la juventud, en la vida social, en la formación militar. Todo esto nos proyecta una idea de que eran dos personas que se conocían mucho.
¿Cuánto habrá influido ese conocimiento recíproco en la decisión de Valle de organizar la sublevación de 1956 y en la de Aramburu de esperar que estallara para despuís ordenar su fusilamiento? Fraga da detalles sobre el papel de Valle en la revolución del 30, diferenciándolo de Aramburu que “ve con recelo y desconfianza el primer golpe militar” y los iguala en sus posiciones frente a la Segunda Guerra Mundial diciendo que ninguno de los dos, que tenían entonces el grado de “mayores” integra “ el núcleo de oficiales nacionalistas que simpatizan con el Eje en la conflagración mundial”. Inmediatamente despuís agrega: “Ante el peronismo, ambos mantienen una actitud profesionalista. Ninguno es simpatizante abierto del peronismo, como sí lo son otro generales. Eso no le impide a ambos ascender a generales en los años 50”.

La aseveración forzada en tributo al objetivo central de su escrito, como muchas otras de parecido tenor, resulta más que curiosa ya que el propio Fraga se contradice. En su libro Aramburu, La Biografía publicado el año pasado dice: “[...] En ese contexto -se refiere a las primeras diferencias con Perón de algunos militares en 1950-, en la Escuela de Guerra comenzaba a conspirar un grupo de profesores y alumnos que se reunían alrededor de Aramburu.”
Al respecto la propia esposa del general Lonardi contó que tuvo un encuentro con Aramburu por pedido de su marido - ver parte de sus memorias publicadas en 1980 - quien “le confió una misión confidencial. Debía transmitir al general [Aramburu] sus deseos de que tomara la dirección del movimiento frustrado el 28 de septiembre de 1951 . Pensó en íl, porque cuando dejó de ser subdirector de la Escuela Superior de Guerra [....] había dejado en los profesores revolucionarios la idea de ser solidario en todo con sus ideas”.

Son muchas las fuentes que ponen en evidencia la voluntad de Aramburu para derrocar el gobierno constitucional de Perón desde 1950 y, en general coinciden, que sus diferencias con las propuestas golpistas fueron ideológicas o de oportunidad.

La secuencia argumental prosigue señalando que mientras Aramburu asume la presidencia de facto, Valle es pasado a retiro cuarenta días despuís, el 23 de diciembre de 1955. La fecha es cierta, pero se trata del Retiro Efectivo, definitivo y obligatorio. Lo que se está queriendo insinuar es falso. Valle no estuvo ni un día ni un minuto compartiendo el gobierno mientras Aramburu fue presidente.
Producido el golpe del 16 de septiembre de 1955, Valle fue uno de los 19 altos mandos del Ejírcito que integró, por pocas horas, la primera Junta de Generales. En la madrugada del 20 de septiembre, algunos de sus miembros forzaron en una reunión a punta de pistola la interpretación de una carta de Perón dirigida al Ejírcito como su renuncia a la presidencia y así se abrió el paso para la jura de Lonardi. El día 28 se sancionó la ley de amnistía que reincorporó a todos los militares que habían sido dados de baja por golpistas contra el gobierno constitucional. Valle pidió su Retiro Activo por carta, según consta en su legajo, el 1 de octubre. De hecho el cómputo de sus “servicios militares” va del 1 de marzo de 1920 al 30 de septiembre de 1955.

Pero lo que resulta chocante de la publicación de Fraga es que en ella se nieguen aspectos centrales de nuestra historia y que se quiera mostrar un Valle distinto del que fue en la realidad. La vida de una persona no la conforma un episodio, y una biografía es una trayectoria y cada uno de nosotros, por afinidad o diferencia, puede hacer pesar más un aspecto que otro. Tambiín es cierto que en la galería de la historia conviven adversarios y enemigos y que finalmente la Patria es de todos. Pero concluir que Valle, que encabezó su patriótico pronunciamiento con el fin de detener las persecuciones, reestablecer la vigencia de la Constitución y convocar a elecciones libres, lo hizo más por frustración al ver quebrada sin demasiado fundamento su carrera militar que por una identificación con el rígimen caído, constituye como mínimo, una gran tergiversación. Es evidente que todavía hay sectores que resisten aceptar el ejemplo que dejó Valle. Su ejemplo como persona, especialmente su ejemplo como militar.

Como militar fue defensor de los sectores más postergados de la sociedad y respetuoso de la soberanía popular, con todo el significado que ello tuvo para mantener viva la esperanza en la justicia social durante los muchos años posteriores en los que no hubo democracia. En aquellos días de octubre de 1955, entre la incertidumbre y la persecución, según relató su hija Susana, su padre la llevó en automóvil al barrio de La Boca y mientras observaban a los trabajadores del lugar que iban y venían, extendiendo su mano le dijo: la libertadora es contra ellos. Su hija no se cansó de repetir en vida A papá lo que nunca le perdonaron fue haber rendido el Ministerio de Marina el 16 de junio a la tarde, despuís del bombardeo en Plaza de Mayo.

Los días posteriores, que pasó en la cárcel y en la clandestinidad, se reconstruyen más claramente, en la medida que, cada vez más surgen nuevas investigaciones con testimonios y documentos que permanecieron ocultos o silenciados. Ubicarse en el contexto de la ípoca, discernir los beneficiarios últimos de las políticas que se llevaron a cabo posteriormente, en lo económico, en lo social, en lo cultural, resulta imprescindible para aprender de nuestro pasado y darle verdadero contenido de superación, para que el conjunto de la sociedad argentina mejore.

Su vida es un ejemplo vivo capaz de inspirar las acciones que hacen falta para saldar las cuentas pendientes que tienen las Fuerzas Armadas, como institución, con la sociedad. Sería a su vez un modo de cumplir con el pedido de Valle formulado momentos antes de ser fusilado: “Ruego a Dios que mi sangre sirva para unir a los argentinos. Viva la Patria.”

Los textuales fueron tomados de Martín Gras. Paradigmas militares, continuidades y rupturas.
Ediciones Vergara, pag. 103, 2006.
Marta Lonardi, Mi padre y la revolución del 55, pag. 37. Ediciones Cuenca del Plata, 1980.
Hace referencia al Golpe de Estado que impulso el general Benjamín Meníndez del 28 de septiembre de 1951.
Perón siempre señaló que de haber querido renunciar, lo hubiera hecho como correspondía ante el Congreso Nacional.
*Frankiln Lucero, El precio de la Lealtad. Año 1959. Ver pág. 100, allí figura el rol del general Valle en los acontecimientos del 16 de junio.
*El autor realiza una investigación en base a legajos y actuaciones oficiales sobre los fusilamientos del 10, 11 y 12 de junio de 1956.

Fuente: infoban.com.ar