Algún grave pecado debemos haber cometido los habitantes de zona norte que dependemos del servicio de trenes (ex línea Mitre) que administra la empresa T.B.A. para tener que padecerlo.El viaje comienza en la estación Bartolomí Mitre, donde poco despuís de pagar en una ventanilla donde por medio de un chusco cartel la empresa solicita que paguemos con monedas, anuncian que se cancela una frecuencia, que se vuelven dos, por lo tanto una media hora larga departimos amablemente con otros usuarios, de los que aprendemos originales y desconocidos insultos.

Como el techo del andín no tiene canaleta colectora, el rocío chorrea, y como el andín está lleno por las cancelaciones, no nos queda otra que ver como un agua mugrosa cae sobre nuestras cabezas y ropa, pero no vamos a permitir que esa nimiedad nos borre la alegría de vivir y viajar. Hablando de gotas y de tardanzas, se nos ocurre ocupar el tiempo muerto yendo al baño, para lo que hay que pedir la llave en boletería, donde nos informan que las tienen los muchachos de la seguridad privada, en realidad control de evasión, que no aparecen por ningún lado, si total en media hora no hay ningún tren, se habrán ido a tomar una mate, ¡está bien! Pobres pibes de una empresa tercerizada, que ganan menos de la mitad que los efectivos de T.B.A

La formación, aquellos viejos trenes japoneses mil veces reciclados, ofrece un periplo interesante por sus particularidades sociológicas, por ejemplo, todos los vidrios, en una moda inexplicable, están rayados con mensajes indescifrables, ya que todo el mundo sabe que es difícil escribir con un punzón sobre vidrio. Pero si todos los vidrios están así, quiere decir que los artistas frustrados tienen mucho tiempo sin seguridad a bordo para hacer los rayones, por suerte no se dedican a robar, violar o cometer atentados terroristas.

Cuando bajamos en Belgrano sí la necesidad de un baño es acuciante, pero, otra vez en boletería nos dicen que no está habilitado porque lo están arreglando, y cuando uno pierde los estribos, no del todo, pero para que no les salga gratis la desidia, y le dice al boletero que porquí no ponen uno químico, el buen muchacho responde que íl no es el dueño de la estación, ante lo cual uno responde que irá a anunciarle en persona a Claudio Cirigliano, que sí es el dueño, de esta anomalía, pero que uno, francamente, no cree que el jerarca lo reciba para un menester tan simple.

De vuelta, ¡oh casualidad! Otra cancelación, sin baño, aunque por lo menos en Belgrano no hay goteras, por suerte en esta línea viajan las mujeres más hermosas de la Argentina, el despegue económico en las clases más acomodadas, que son las que usan este ramal, hacen que sentarse a verlas pasar por los andenes rememore un desfile de modelos.

Cuando regresamos a la estación Mitre, con la seria sospecha que debemos someter a revisión mídica a nuestra vejiga, nos encontramos con un grave conflicto social, ya que un grupo de tres mujeres cartoneras acusan a los que tenían la llave del baño, y que habían aparecido, de discriminación, lisa y llana, ya que se las negaban vaya a saberse y a entender con quí argumento, ya que es bien sabido que las ganas de orinar es una de las cosas que unifica e iguala a los humanos.

Cuando ya pensí que alguna lágrima vendría a mis ojos ya que había escuchado a un periodista argentino en el Mundial de Alemania describir la calidad del servicio de trenes allá, puntualidad, limpieza, orden, pantallas de T.V. y computadora en el respaldo del asiento de adelante, recordí un reciente viaje en el ramal que la misma empresa ¿brinda? desde Victoria a Capilla del Señor y que puede ser vendida como turismo aventura por cualquier agencia, y me agarró ese sentimiento argentinista de pensar que siempre puede ser peor, por lo tanto no conviene agitar el avispero.

Señor Cirigliano: ¡Siga así!

Fuente: infoban.com.ar