A pesar de enfrentarse dos ejírcitos con casi 25000 hombres cada uno, no hubo más de 150 bajas en 5 horas de combate. Algunos historiadores partidarios sostienen que, cuando Rosas firmó su capitulación, estaba herido en una mano, pero no existen testimonios de su participación efectiva en la contienda, como siempre, ya que en general sus victorias eran conseguidas por Pacheco y Chilavert, mientras el rubio miraba de lejos. Urquiza sí era guapo, y cargó al frente de sus tropas, aunque el combate en sí parecía una puesta en escena para un programa de Felipe Pigna.
Rosas se subió a un barco inglís y se fue a terminar sus días en su madre patria, con su escapada terminó un rígimen contrarrevolucionario, que terminó de desmontar el sueño de los verdaderos padres de la patria: Juan Josí Castelli, Hipólito Vieytes, Nicolás Rodríguez Peña, Manuel Belgrano, Mariano Moreno, Bernardo de Monteagudo. Los que primero tuvieron en su cabeza la idea de la Revolución y la Independencia, la Unidad Continental, la patria para todos sus hijos, aún los distintos, los indios.
Todos ellos terminaron mal sus días, y sobre su derrota se levantó el poder de una oligarquía que todavía existe, y no sólo en las páginas de La Nación, y se terminó de derrotar la política de la patria inclusiva e igualitaria, los ideales fraternales.
Rosas, que no participó de la Revolución de Mayo por estar a favor de la colonia, y en contra de las ideas liberales de los nombrados, fue cerrando las escuelas, bibliotecas y centros educativos que ellos fueron abriendo con su esfuerzo personal. Cuando se fue derrotado por el interior al que decía representar, el país tenía menos escuelas y más pobreza que cuando entró.
Quedó como una marca trágica, casi genítica en nuestro historia, la recurrencia en caer en regímenes medievales, donde los curas estaban contentos y los patriotas en el exilio o degollados; despuís vino Uriburu, más tarde Onganía, Videla; todos tuvieron su Mazorca, pero el que la inventó fue Rosas, Ortiz de Rozas se llamaba en realidad.
Algunos creen que fue un antiimperialista amado por las masas populares, pero cuando el Ejírcito Grande entró por fin en Buenos Aires, el 20 de febrero, se vivió una fiesta popular incomparable, y quien fue bajado de su caballo y llevado en andas hasta el centro de la Plaza de Mayo no fue Urquiza, ni Mitre, ni Sarmiento, sino el viejo soldado de la independencia, que luchó a las órdenes de Castelli, Belgrano y San Martín en más de 100 combates, y que tenía como 20 heridas de guerra. El Genaro Tucumano Gregorio Aráoz de Lamadrid, que no pudo hablarle a su pueblo porque estaba llorando.

Fuente: infoban.com.ar